Excursión al desierto


Surf sobre dunas

A la hora convenida, pronto nada más comer, nos recogen en un buen 4x4, muy nuevo, cómodo, espacioso y potente. Somos 6 pasajeros y el conductor. Nos dirigimos durante más de media hora hacia el norte, probablemente a algún punto de los emiratos de Ajman or Sharjah, por la dirección y el tiempo, aunque no puedo saber exactamente al carecer de más referencias.
A los lados de la carretera es un desierto anaranjado el que nos rodea. No sé por qué lo había imaginado blanco. No tan blanco como nieve, pero mucho más blanco que éste. Más claro incluso que la arena de las playas españolas. Claro y liso. Blanco y llano.
Y no es ni lo uno ni lo otro.
Hacemos una parada pero no hemos llegado aún a nuestro destino. Es una parada técnica. Hay muchos otros vehículos parecidos al nuestro. Los conductores desinflan las ruedas para que agarren mejor en la arena del desierto en el que nos vamos a internar. Mientras tanto, aprovechamos para estirar las piernas. Hay alquiler de quads y, mientras los observamos, compramos unos cocos para aliviar la sed y por la curiosidad de descubrir a qué saben. Los habíamos visto en Hindi Lane pero entonces no nos apetecía probar. Ahora sí.


Son feos. Cocos feos. Verdes y feos, pero guardan un tesoro en su interior, tan valioso en el desierto. El vendedor corta un extremo con un machete, parece muy duro. Con la punta, hace un agujerito en la carne del fruto por el que inserta una pajita y nos lo ofrece. Es agua. No es insaboro, no es salado, no es dulce, no sabe bien, no sabe mal. Es agua fresca con un ligerísimo sabor a algo que no reconozco, tal vez a la carne del coco que no es un coco como los nuestros. Refresca y alivia la sed.
Después de unos minutos y cuando el coche está preparado, subimos de nuevo e iniciamos la aventura.


El conductor se asegura de que todos los pasajeros llevamos abrochados los cinturones antes de subir el volúmen de la música e iniciar el surf sobre las dunas. Los desniveles son considerables, las pendientes también. Tranquiliza la barra antivuelco visible en el techo del vehículo porque, en esta montaña rusa en que se ha convertido, a menudo parece que vamos a acabar rodando como una croqueta sobre pan rallado.
El sol está muy bajo, en pocos minutos desaparecerá tras la línea del horizonte. Finalmente nos detenemos para disfrutar del espectáculo de este atardecer singular. El desierto se extiende a nuestro alrededor en todas las direcciones, como si no tuviera fin.


La arena de color naranja está caliente. No quema pero aún guarda el recuerdo del sol que está a punto de marchar. Me llama la atención su suavidad. La arena es muy fina y muy suave. Me gusta tocarla, coger un puñado y dejarla escurrir entre los dedos. Me encanta hundir en ella los pies, pisarla, llenarla de huellas que pronto desaparecerán barridas por el viento que esculpe dunas. Me maravilla este silencio y esta paz.


Esperamos hasta que el sol se oculta y, antes de subir de nuevo al coche, recojo como recuerdo unos puñados de arena en una bolsa de plástico que he tenido la precaución de traer. Después nos dirigimos hacia una especie de campamento con barbacoa donde vamos a cenar a la vez que nos ofrecen un espectáculo de danzas típicas. Esta es la parte de la excursión que menos me gusta, la turistada que habría perdonado de haber podido elegir. La cena es de pobre calidad y hay demasiada gente, ya que el lugar parece punto de reunión de otros muchos turistas que, como nosotros, hemos elegido el mismo día para esta visita.


Terminada la cena y el espectáculo dejamos el desierto atrás y, después de otra parada técnica para inflar las ruedas a fin de circular adecuadamente por carretera, volvemos a Dubai. El conductor nos deja en nuestro hotel donde vamos a pasar la última noche ya que mañana salimos hacia Abu Dhabi y, cuando regresemos en un par de días a Dubai, nos alojaremos en el Radisson Blu, también en Deira, más cerca del Canal.

==> Hacia Abu Dhabi


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