Contrastes

Amanece el que va a ser nuestro último día completo en Nueva York. Por un lado me siento recién llegada. Por otro lado, tengo la extraña sensación de que llevara mucho tiempo aquí. Siempre me sucede al cabo de unos días cuando viajo, es la mezcla entre saber que queda tanto por descubrir y, a la vez, la sensación de que hay muchas cosas que los primeros días me resultaban extrañas y ahora van siendo familiares.
Esperamos a que llegue el autobús para iniciar las visitas del día. Justo enfrente de la puerta del hotel hay una chimenea/tubería que sale del suelo y que no deja de echar vapor. Más tarde el guía explica algo acerca de las fugas del sistema centralizado de calefacción y en internet leo que en la ciudad hay una red subterránea de suministro de vapor de agua, que se puede contratar como se contratan el gas o la luz para su uso en sistemas de calefacción, calentar agua, limpieza… etc. Sea cual sea la explicación, esa tubería no ha dejado de echar vapor desde que llegamos.
El autobús, aunque con retraso, llega al fin, y comenzamos nuestra excursión de Contrastes de Nueva York, donde vamos a recorrer los diferentes barrios. La ciudad guarda la esencia de todos los continentes, de todos los países, de todas las ciudades. No es difícil estar de acuerdo en que es ésta la capital del mundo y, si a alguien le quedaba alguna duda, nada mejor para disiparla que la excursión de hoy.
Tomamos Madison Avenue hacia el norte de la isla. A la altura de la calle 138 un puente, que cruzamos, conecta la isla de Manhattan con el Bronx, en tierra firme. La zona no aparenta ser tan peligrosa como las películas nos han hecho ver y por lo que nos dice el guía esa fama viene más del pasado que del presente.
A un lado de la carretera el viejo Yankee Stadium está siendo desmantelado. Al otro lado, un flamante estadio nuevo ya está en uso. Los edificios son más bajos que en Manhattan y se ven numerosas zonas verdes. Nos detenemos unos minutos en una de ellas para hacer unas fotos y, a continuación, seguimos rumbo hacia Queens, otro de los barrios de la ciudad. Por el camino me van pesando los párpados y, aunque no quiero dormirme, no puedo evitarlo. Cuando despierto, es como si estuviera en otra ciudad a miles de kilómetros del Bronx, ya que el panorama es totalmente distinto. Ahora estamos en una bucólica y tranquila zona residencial de lujosas casitas bajas rodeadas de árboles y jardines, son los alrededores de Malba Street. Saliendo de esta zona llegamos a otra donde caracteres orientales en las tiendas le ganan la partida al inglés. Más adelante, en Bowne Street, pasamos frente a a la Casa Museo Bowne, la casa más antigua de Queens y probablemente una de las más antiguas de Nueva York, construida en 1661 y símbolo durante cientos de años de la libertad religiosa. Seguimos en zona oriental, tomada por chinos, vietnamitas y coreanos.
Continuamos por Roosevelt Avenue y pronto entramos a otro mundo, esta vez latinoamericano. A la altura de la calle 80 la vía del metro va al aire libre, elevada sobre el centro de la calle. Llaman nuestra atención los carteles de las tiendas, escritos en español. “El taco veloz”, “El hornero”, “Clínica Guerra”, “Agencia de trabajo”, “Cositas ricas”, “Botánica la Macarena”, “El abuelo gozón” son algunas de las que podemos leer.
Seguimos por Roosevelt Avenue hasta el cruce con Brooklyn Queens Expy y tomamos ésta en dirección a Brooklyn, otro de los barrios de Nueva York. En la confluencia de Kent Avenue con Hewes Street empezamos a ver a miembros de la comunidad judía ortodoxa. Estamos en el barrio judío y, de repente, es como haber sido trasladados no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. Mujeres, la mayoría jóvenes, pasean a sus niños. Tanto las madres como las niñas visten de negro, de gris, de azul marino, con algunos toques de blanco, pocos, con trajes discretos de hechuras castas y antiguas. El guía nos cuenta que llevan pelucas bajo las que esconden las cabezas que rapan al casarse en señal de sumisión al marido. Los hombres y los niños llevan levitas negras (bekishe). Algunos adultos llevan grandes gorros de piel marrón (shtraimel) y largas barbas. Los niños llevan pequeñas gorritas negras (kipá) y dejan crecer un mechón de pelo a cada lado de la cabeza, sobre las orejas, que llevan sueltos con tirabuzones. Esta comunidad me resulta la más curiosa de las que he visto hasta ahora, anclados en el pasado, con sus vidas regidas estrictamente por la Torá.
Dejamos atrás Brooklyn y regresamos a Manhattan cruzando en autobús el Puente de Manhattan. Se ha hecho hora de comer. Almorzamos en el Hard Rock Café de Times Square. No comemos muy allá pero sí en un ambiente un tanto particular.

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