Contrastes

Amanece el que va a ser nuestro último día completo en Nueva York. Por un lado me siento recién llegada. Por otro lado, tengo la extraña sensación de que llevara mucho tiempo aquí. Siempre me sucede al cabo de unos días cuando viajo, es la mezcla entre saber que queda tanto por descubrir y, a la vez, la sensación de que hay muchas cosas que los primeros días me resultaban extrañas y ahora van siendo familiares.
Esperamos a que llegue el autobús para iniciar las visitas del día. Justo enfrente de la puerta del hotel hay una chimenea/tubería que sale del suelo y que no deja de echar vapor. Más tarde el guía explica algo acerca de las fugas del sistema centralizado de calefacción y en internet leo que en la ciudad hay una red subterránea de suministro de vapor de agua, que se puede contratar como se contratan el gas o la luz para su uso en sistemas de calefacción, calentar agua, limpieza… etc. Sea cual sea la explicación, esa tubería no ha dejado de echar vapor desde que llegamos.
El autobús, aunque con retraso, llega al fin, y comenzamos nuestra excursión de Contrastes de Nueva York, donde vamos a recorrer los diferentes barrios. La ciudad guarda la esencia de todos los continentes, de todos los países, de todas las ciudades. No es difícil estar de acuerdo en que es ésta la capital del mundo y, si a alguien le quedaba alguna duda, nada mejor para disiparla que la excursión de hoy.
Tomamos Madison Avenue hacia el norte de la isla. A la altura de la calle 138 un puente, que cruzamos, conecta la isla de Manhattan con el Bronx, en tierra firme. La zona no aparenta ser tan peligrosa como las películas nos han hecho ver y por lo que nos dice el guía esa fama viene más del pasado que del presente.
A un lado de la carretera el viejo Yankee Stadium está siendo desmantelado. Al otro lado, un flamante estadio nuevo ya está en uso. Los edificios son más bajos que en Manhattan y se ven numerosas zonas verdes. Nos detenemos unos minutos en una de ellas para hacer unas fotos y, a continuación, seguimos rumbo hacia Queens, otro de los barrios de la ciudad. Por el camino me van pesando los párpados y, aunque no quiero dormirme, no puedo evitarlo. Cuando despierto, es como si estuviera en otra ciudad a miles de kilómetros del Bronx, ya que el panorama es totalmente distinto. Ahora estamos en una bucólica y tranquila zona residencial de lujosas casitas bajas rodeadas de árboles y jardines, son los alrededores de Malba Street. Saliendo de esta zona llegamos a otra donde caracteres orientales en las tiendas le ganan la partida al inglés. Más adelante, en Bowne Street, pasamos frente a a la Casa Museo Bowne, la casa más antigua de Queens y probablemente una de las más antiguas de Nueva York, construida en 1661 y símbolo durante cientos de años de la libertad religiosa. Seguimos en zona oriental, tomada por chinos, vietnamitas y coreanos.
Continuamos por Roosevelt Avenue y pronto entramos a otro mundo, esta vez latinoamericano. A la altura de la calle 80 la vía del metro va al aire libre, elevada sobre el centro de la calle. Llaman nuestra atención los carteles de las tiendas, escritos en español. “El taco veloz”, “El hornero”, “Clínica Guerra”, “Agencia de trabajo”, “Cositas ricas”, “Botánica la Macarena”, “El abuelo gozón” son algunas de las que podemos leer.
Seguimos por Roosevelt Avenue hasta el cruce con Brooklyn Queens Expy y tomamos ésta en dirección a Brooklyn, otro de los barrios de Nueva York. En la confluencia de Kent Avenue con Hewes Street empezamos a ver a miembros de la comunidad judía ortodoxa. Estamos en el barrio judío y, de repente, es como haber sido trasladados no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. Mujeres, la mayoría jóvenes, pasean a sus niños. Tanto las madres como las niñas visten de negro, de gris, de azul marino, con algunos toques de blanco, pocos, con trajes discretos de hechuras castas y antiguas. El guía nos cuenta que llevan pelucas bajo las que esconden las cabezas que rapan al casarse en señal de sumisión al marido. Los hombres y los niños llevan levitas negras (bekishe). Algunos adultos llevan grandes gorros de piel marrón (shtraimel) y largas barbas. Los niños llevan pequeñas gorritas negras (kipá) y dejan crecer un mechón de pelo a cada lado de la cabeza, sobre las orejas, que llevan sueltos con tirabuzones. Esta comunidad me resulta la más curiosa de las que he visto hasta ahora, anclados en el pasado, con sus vidas regidas estrictamente por la Torá.
Dejamos atrás Brooklyn y regresamos a Manhattan cruzando en autobús el Puente de Manhattan. Se ha hecho hora de comer. Almorzamos en el Hard Rock Café de Times Square. No comemos muy allá pero sí en un ambiente un tanto particular.

Jersey Gardens y Pier17

Desde Ellis Island hemos cogido el ferry en dirección a New Jersey. Allí nos recoge el autobús para llevarnos a Jersey Gardens, unos olutlets en ese estado. Es un centro comercial con más de 200 tiendas de marcas más o menos conocidas, se supone que a buen precio. Llegamos a la hora de comer y tomamos algo en uno de los restaurantes de comida rápida. Después recorremos algunas tiendas. En la que mejores precios encontramos es en la de Tommy Hilfiger. De los precios que recuerdo, los polos de caballero salían a unos 20 €. Son muchas las tiendas por visitar pero, por lo que vamos viendo, tampoco hay chollos ni está todo tan barato. A la hora acordada nos reunimos en el autobús para regresar a Nueva York.

* * *

Atardece cuando pisamos de nuevo Manhattan. Vamos a cenar en un restaurante italiano en el Pier 17. Es un antiguo muelle del puerto, hoy reconvertido en animada zona de ocio. Junto al agua, tenemos una bonita vista de dos de los puentes más conocidos, el Puente de Brooklyn, con sus arcos de piedra, en primer plano y, más allá, el puente de Manhattan, todo él en hierro. Después de cenar daremos un paseo, recomendado en todas las guías, por el de Brooklyn.
A la salida del restaurante, después de cenar, es completamente de noche. Los altos edificios del distrito financiero, en el sur de la isla, están muy iluminados considerando que son oficinas, la mayoría vacíos a estas horas. Sin embargo, por lo que nos contó el guía, la electricidad es muy barata aquí, ya que se produce en abundancia en la cercana región de los grandes lagos.
Hace una bonita noche, la temperatura es ideal y el paseo que vamos a dar por el puente es un regalo. El autobús nos lleva hasta el inicio de los carriles del puente, algo alejado del Pier 17, donde nos encontramos. Caminamos por la pasarela peatonal de madera situada en el centro, sobreelevada respecto a las laterales, más robustas, por las que circulan los coches.
La brisa nocturna trae un frescor que se agradece tras un día de calor intenso e inusual en estas fechas. Las luces recortan la siluetas de edificios, puentes, islas, estatuas... Un bello panorama de la ciudad que nunca duerme.

Isla de esperanza, isla de lágrimas

En Ellis Island merece la pena visitar el Museo de la Inmigración, muy interesante e instructivo sobre las vicisitudes de los inmigrantes que llegaron a América a principios del siglo XX. Durante más de dos décadas (de 1900 a 1924) diariamente estuvieron llegando viajeros que eran retenidos en la Sala de Registro del edificio, un gran vestíbulo en la planta baja, hasta ser inspeccionados y registrados por los oficiales de Inmigración. Los inmigrantes llegaban con una mezcla de temor y esperanza, temor por la posibilidad de ser devueltos a sus países de orígen, esperanza por el sueño de vivir en esta tierra una vida mejor que aquella de la que huían.
En el museo podemos ver muchas fotografías y objetos que tratan de mostrar la realidad de aquella época. Los recién llegados eran transportados al edificio, donde esperaban su turno para ser examinados. El primer exámen era médico. Los sanos pasaban al siguiente exámen, el legal. Los que presentaban algún signo de enfermedad eran derivados a una inspección médica más exhaustiva. Los enfermos eran tratados, incluso hospitalizados en el hospital de la isla hasta su recuperación. Los incurables, desahuciados, así como enfermos mentales, eran devueltos a sus países de orígen.
El exámen legal, tenía también varias instancias, en el intento de impedir la entrada de aquellos con comportamientos indeseables ilegales en el país. Los que superaban ambos exámenes, eran admitidos para su entrada en el país y trasladados a tierra firme. No podemos detenernos mucho más aquí ya que el tiempo vuela. Podríamos pasar más horas entretenidos pero tenemos que conformarnos con una visita rápida si queremos tener tiempo después para las compras.
Acortamos el camino cogiendo el ferry que nos lleva directamente a la orilla del estado de New Jersey, ya que es ahí donde están los outlets en los que vamos a pasar la tarde.

Miss Liberty

Hoy es nuestro día de compras en uno de los outlets de New Jersey, pero antes de dirigirnos hacia allí, vamos a hacer la visita que dejamos pendiente a la Estatua de la Libertad. Volvemos a Battery Park, desde donde vamos a tomar el ferry. Pasamos frente al Castillo Clinton, una vieja fortaleza de 1811, alrededor del que estaban instalados 28 cañones. Justo junto a él cogemen os el barco que nos acerca a la famosa estatua, en Liberty Island. Atrás dejamos Ellis Island, en la que destaca un enorme edificio, hoy museo de la inmigración, que visitaremos más tarde. Rodeamos Liberty Island contemplando la estatua desde diferentes ángulos. A pesar de ser una imagen tan conocida, impresiona por su tamaño al estar tan cerca y, más aún, por su simbolismo. Se me ocurre que no podrían haber elegido un emplazamiento mejor. Y por un momento pienso en todos aquellos que llegaban al sueño americano tras largos y duros días de travesía y en lo que sentían al ver esta imagen y lo que representaba.
Desde el barco, a nuestra izquierda podemos ver los altos edificios acristalados de New Jersey, separado de Manhattan por el río Hudson y, al fondo, el pico del distrito financiero de la famosa isla neoyorquina.
Es grande la estatua regalada por Francia a América, pero tanto o más grande es el pedestal que la sujeta. Fue diseñada por el escultor francés Frédéric Auguste Bartholdi en unas 300 planchas de cobre, de un espesor similar al que tendrían 2 monedas juntas, que fueron transportadas sin montar a fin de ser ensambladas ya en su destino.
En París vimos una réplica exacta, aunque mucho más pequeña, en la Isla de los Cisnes, en el Sena, muy cerca de la Torre Eiffel. Precisamente es de este famoso ingeniero francés el ingenioso armazón que sujeta las chapas de cobre que forman la estatua.
A la luz del sol es de un verde brillante debido a la capa de verdín o cardenillo que la recubre, formada por la oxidación del cobre. Desde su inauguración, tardó unos treinta años en adquirir el color actual.
Con su brazo levantado sostiene la luz del mundo a la vez que mira hacia Europa, hacia Francia, el lugar del que vino.
Hay varios miradores en el pedestal y, más arriba, en la corona de la mujer y también en la antorcha. Estos dos últimos fueron cerrados a raíz de los atentados del 11-S y creo que posteriormente los reabrieron aunque no estoy segura. De todas formas, no vamos a tener tiempo de averiguarlo en esta fugaz visita de médico: desembarco, paseo alrededor de la estatua, compras relámpago de souvenirs y vuelta al ferry para ir a la Isla de Ellis.

Domingo de Gospel

Es una suerte el tiempo maravilloso que estamos teniendo. Paraguas y gorros permanecen en las maletas y ojalá sigan ahí durante el resto del viaje.
A la puerta del hotel, esperando al autobús que nos va a llevar a Harlem para asistir a una Misa Gospel me doy cuenta de la bonita imagen que tenemos desde aquí del Edificio Chrysler. Personalmente, su cúspide con motivos art-decó me gusta más que la del Empire.
Como hemos sido muy puntuales y vamos bien de tiempo, pasamos frente al conocido Edificio de Naciones Unidas, donde bajamos unos instantes.
Frente a él, los mástiles de las banderas están vacíos, ya que es día festivo. Los días laborables ondean en ellos multicolores banderas de los países miembros.
A continuación nos dirigimos hacia la Southern Baptist Church (12 West 108th Street) donde acaba de empezar la Misa Gospel. En el piso de abajo están los fieles que acuden a su reunión religiosa. En la parte de arriba, estamos situados los turistas, a los que no nos permiten utilizar cámaras. Los fieles, muy arreglados como si fueran a una boda, celebran su rito como si nosotros no estuviéramos. Cantan, bailan, se agarran de las manos y nos asombran con unas voces maravillosas y un ritmo y una alegría a la que no estamos acostumbrados en nuestras celebraciones religiosas. La hora larga se nos pasa enseguida y, terminada la parte de cantos, dejamos la iglesia mientras los fieles aún continúan con sus rezos.
Estamos en pleno Harlem. La mayoría de gente que pasea por la calle es de color, vestidos de domingo. Ahora vamos hasta la fachada del Teatro Apollo, donde dieron sus primeros pasos artísticos grandes figuras como Aretha Franklin o Michael Jackson.
A continuación vamos a tomar el brunch a Sylvia’s (en el cruce de Malcolm X Boulevard con W 126 street). El brunch es una mezcla de desayuno y comida que se hace los domingos. Este establecimiento es muy popular. A los postres una pareja de cantantes negros nos cantan algunas de sus canciones y ofrecen después su DVD para la venta.
Seguidamente visitamos la inacabada Catedral de Saint John the Divine (San Juan el Divino) en Amsterdam Avenue con la calle 112, de techos increíblemente altos y luego, cerca de aquí, en la misma avenida con la calle 116 entramos en el campus de la Universidad de Columbia, una de las más antiguas y prestigiosas de Estados Unidos, donde estudió inglés Federico García Lorca durante su estancia en esta ciudad entre 1929 y 1930. Hay una fotografía del poeta en este campus, sentado en el pedestal de una escultura redonda. La escultura ha desaparecido, pero aún podemos sentarnos en el pedestal. Los estudiantes, celebrando el día caluroso y festivo, toman el sol tumbados en el césped o sentados en la escalinata que lleva hasta el elegante edificio de la Low Memorial Library, alrededor de la estatua “Alma Mater”.
Aprovechamos la tarde veraniega regresando a Central Park. Nos bajamos del autobús frente al edificio Dakota y cruzamos el ya conocido Strawberry Fields. También hay mucha gente hoy alrededor del mosaico Imagine, dedicado a John Lennon. Lo han adornado con flores, fresas y caramelitos de colores que forman el símbolo de la paz. Es increíble que con lo grande que es este parque, parezca estar lleno. Hay muchísima gente por todas las zonas por las que pasamos hasta llegar a la fuente y al lago. Unos patinan, otros corren, otros pasean, otros montan en bicicleta, otros duermen o descansan sobre la hierba, otros meriendan. Un chico toca el saxofón, otros le escuchan, otros reman en las barquitas del lago, otros toman fotografías, otros se besan. Los espectáculos callejeros se suceden. Todos los habitantes de Nueva York estos días parecemos habernos concentrado aquí.
Sin embargo, más tarde comprobamos que otras zonas de la ciudad parecen estar igualmente llenas.
Seguimos nuestra ruta en autobús. En el cruce de Central Park West con la calle 59, pasamos por Columbus Circle, junto a la Esfera del Globo Terráqueo frente a las altas torres de cristal del Warner Center, consideradas las nuevas torres gemelas. En la plaza muchos viandantes descansan sentados en bancos alrededor de la estuatua de Cristóbal Colón.
Vamos a visitar algunos escenarios de películas. Seguimos por Central Park South y en el cruce con la Quinta Avenida, vemos la famosa fachada del Hotel Plaza. Antes de llegar a la entrada principal pasamos frente al Bar The Oak Room, uno de esos bares con glamour y sabor que han llegado hasta nuestros días. Alfred Hitchcock lo inmortalizó en su película Con la muerte en los talones, con Cary Grant como protagonista. Vamos con prisa y no podemos entrar a saborer un café y el ambiente de entonces.
Rodeamos el edificio y pasamos frente a la entrada principal, que da a la Grand Army Plaza. La entrada es todo lo suntuosa que corresponde a un hotel de esta categoría. Porteros de librea dan la bienvenida a los distinguidos huéspedes. Sobre la entrada principal del hotel, se alza el edificio blanco, de 19 pisos.
En la plaza, rodeada de altos edificios, la fuente Pulitzer ofrece un remanso de paz. En lo alto de la fuente podemos ver a Pomona, la diosa romana de los huertos. El conjunto, donado por el editor Joseph Pulitzer, representa a la Abundancia.
Al otro lado de la Grand Army Plaza está la enorme juguetería FAO Schwarz y una tienda también muy grande de Apple, con colas estos días debido al lanzamiento de uno de los nuevos y esperados productos de esta marca.
Nos acercamos hasta el cruce de la Quinta Avenida con la 58 porque, muy cerca de allí, está el escáparate de la joyería Tiffany’s que miraba Audrey Hepburn en la película Desayuno con Diamantes. Hay tanta gente por las aceras que a duras penas conseguimos acercarnos para hacer a toda prisa la foto de rigor.
De regreso hacia el autobús, entramos unos instantes al vestíbulo del hotel Plaza, en blanco y dorado, con alto techo del que cuelga una luminosa araña de cristal, adornado con bonitos centros de flores frescas. Un poco más adentro, el lujoso comedor está preparado para recibir a los comensales. Se respira lujo y glamour en estas estancias.
Ya en el autobús, recorremos la Quinta Avenida hacia el sur, y nos bajamos en el número 1, en el comienzo de la calle. Muy cerca de aquí, al final de un pasaje de columnas blancas y techo verde, hay una estatua de Cervantes. El sitio no es feo, pero la llegada hasta él, con bolsas de basura y maquinaria de obras aparcada, no resulta apropiado para una figura literaria tan importante.
Justo en el comienzo de la Quinta Avenida está Washington Square, una bonita y animada plaza con un gran Arco de Triunfo.
El resto del día es libre, incluyendo la cena. El autobús va hacer una parada en Chinatown para, a continuación, dirigirse hacia el hotel. Nos quedamos en Chinatown, con idea de dar una vuelta por allí y, después, cenar por el barrio italiano. Enseguida se nos acerca una mujer a ofrecernos bolsos y relojes. Nos pregunta qué marca de relojes queremos comprar, pero no queremos nada concreto, queremos ver qué tienen y poder elegir viendo los productos si algo nos gusta. Asiente y dice que la sigamos y después de llamar varias veces por teléfono y hacernos cruzar varias calles, aparece otra mujer que saca un reloj del bolsillo del pantalón.
Visto que no nos ha entendido o no nos ha querido entender, pasamos de ella y nos vamos en otra dirección. Pronto vuelven a ofrecernos ventas, ahora bolsos, en un catálogo impreso. De nuevo decimos que no queremos catálogos, sino ver las cosas. Así terminamos encerrados en una trastienda a la que se accede por una puertecita disimulada en el fondo de un local que da a la calle en el que se venden bolsos sin marca. Menos mal que vamos con otra pareja del grupo, porque esta forma de hacer las cosas impresiona. La trastienda está llena de bolsos, imitaciones de marcas tan caras como famosas.
Después de hacer algunas compras en el barrio, tras el consiguiente regateo, buscamos un sitio para cenar en Little Italy, en la misma calle Mulberry, donde cenamos el día anterior. Y no es fácil, porque las terrazas están llenas, y es que hace una noche de sábado maravillosa, pero por fin encontramos un sitito libre y reponemos fuerzas.
Regresamos al hotel en taxi. ¡Qué atasco! Esto parece el centro de Madrid en hora punta.

Noche de niebla

Cenamos pronto en un restaurante italiano llamado S.P.Q.R. en Mulberry Street, la arteria principal de Little Italy. Ya a pie, tomamos el primer contacto con el barrio, lleno de restaurantes, muy animado.
Para esta noche tenemos programada la visita al mirador TOR (Top of the Rock), en lo alto del edificio principal de Rockefeller Center. Desafortunadamente, en lo alto nos espera la niebla, negándonos la maravillosa perspectiva que esperábamos contemplar, pero las nubes avanzan deprisa y tan pronto vemos tan sólo luces difuminadas, como las siluetas de los edificios se nos presentan claramente.
Jirones caprichosos se empeñan en cubrir los edificios más bajos, sin lograr alcanzar la cúspide del Empire State Building que, teñido hoy de verde, blanco y amarillo, asoma sobre la niebla triunfante.
Las luces del edificio varían en función de diversas conmemoraciones. Ignoro el significado de la de hoy.
Estamos frente al único edificio que ha conseguido ser el más alto de la ciudad no una sola vez, sino dos.
A continuación nos dirigimos de nuevo hacia Battery Park en cuyas inmediaciones vamos a tomar el ferry para Staten Island, con intención de ver bonitas vistas nocturnas de la Estatua de la Libertad iluminada.
Es mucha la gente que, además de nosotros, espera para tomarlo pero el ferry es muy grande y cabemos todos sin problemas. Sin embargo la niebla sí que va a conseguir que no veamos nada esta vez. Se ha cerrado en la superficie del agua y, aunque preparados en cubierta bien abrigados para protegernos del frío y de la humedad, sólo la oscuridad nos rodea.
Al llegar a Staten Island tenemos que bajar rápidamente y correr hacia el ferry de vuelta que está listo para regresar a Manhattan ya que, si no, tendríamos que esperar media o una hora al siguiente. Reunir al grupo y la carrera nos dan para unas risas. Finalmente caemos en nuestras camas rendidos y dispuestos a descansar para iniciar mañana con ganas otro día emocionante de descubrimientos.

Manhattan de norte a sur

Empezamos el día con una panorámica en autobús, recorriendo los distintos barrios de la isla. La zona cercana al hotel ya empieza a resultarnos familiar. Llegamos hasta Central Park y el autobús nos deja junto al Edificio Dakota (8ª avenida, entre las calles 72 y 73), donde bajamos. El sol intenso consigue mitigar el halo de misterio que emana de este edificio de tejados puntiagudos. Aquí es donde Roman Polansky rodó “La semilla del diablo”. También es aquí donde vivió John Lennon sus últimos años y donde fue asesinado frente a la entrada principal cuando volvía de una sesión de grabación. Su viuda, Yoko Ono, aún tiene aquí su residencia.
Edificio Dakota, Nueva York

En Central Park, frente a este edificio, se creó Strawberry Fields, en la zona donde al Beatle le gustaba pasear junto a su mujer y su hijo. Se trata de un jardín a modo de memorial. Fue promovido por Yoko y la ciudad de Nueva York. Más de cien países contribuyeron con plantas y Nápoles regaló el mosaico redondo en blanco y negro donde se lee tan sólo el título de una de las canciones más conocidas de Lennon: “Imagine”. A menudo los admiradores del cantante adornan el mosaico con flores y otros objetos y cada aniversario de su asesinato guardan vigilia durante todo el día para recordarle.
Tras el corto paseo por el parque, nos recoge de nuevo el autobús y seguimos el itinerario hacia el norte bordeando Central Park por Central Park West, la prolongación de la Octava Avenida.
Junto al edificio Dakota está el edificio “The Langham”, donde vive Mia Farrow junto a su numerosa prole. Un poco más allá, se alzan las torres San Remo, residencia de otros famosos como Steven Spielberg, Diane Keaton, Demi Moore, Dustin Hoffman… y otros propietarios que impidieron la compra de un apartamento por Madonna preocupados por el acoso de los paparazzi que ello conllevaría.
Seguimos bordeando el parque hasta llegar a su fin, que marca el inicio de Harlem. Es curioso porque si hasta ahora por la calle podíamos ver una mezcla de razas, aquí predominan los viandantes de raza negra. Hace años podía considerarse un barrio peligroso pero actualmente se trata de una zona tranquila y de agradable paseo, como tendremos ocasión de comprobar cuando volvamos el domingo a la misa Gospel.
Tras recorrer algunas calles de Harlem, regresamos hacia el sur bordeando de nuevo Central Park, ahora por la Quinta Avenida. La guía nos va indicando edificios importantes, entre los que destacan los museos Metropolitan y Guggenheim, así como donde vivió Jacky Kennedy o donde aún vive Woody Allen.
Seguimos por la Quinta avenida hasta el cruce con Brodway y bajamos del autobús unos minutos porque aquí se encuentra el Edificio Flatiron, de planta triangular, considerado el primer rascacielos de la ciudad.

Edificio Flatiron, Nueva York

En lo alto y en el borde del edificio, se recorta sobre el azul intenso del cielo la figura de un hombre desnudo, la primera impresión es de pánico hasta que nos damos cuenta de que es una escultura, y no un suicida o un arriesgado turista en busca de un mirador improvisado. Después, fijándonos en otros tejados cercanos, vemos más. Son 31 estatuas del artista británico Antony Gormley fabricadas en hierro y otros materiales y diseminadas por los tejados de los edificios de Manhattan, que forman parte de la muestra “Even Horizon”, que estará expuesta hasta agosto.

Muestra "Even Horizon", Nueva York

Seguimos nuestra ruta ahora siguiendo hacia el sur por la Séptima hacia Greenwich Village, recorriendo después la Bleecker Street. Es una zona muy comercial y animada, de pequeñas tiendas, lindera con el Soho, de ambiente similar, donde enseguida llegamos. Ésta era una zona de almacenes y fábricas que, poco a poco, fueron ocupadas por artistas, que las conviertieron en lofts-estudios para vivir y trabajar. Bajamos por Brodway, dejando atrás Prince Street primero y Spring Street después. La mayoría de fachadas de esta zona, edificios no muy altos, tienen en el exterior las características escaleras de incendios de hierro.
Enseguida llegamos a Little Italy, donde el ambiente es diferente, lleno de restaurantes italianos y a Canal Street, que separa a este barrio de Chinatown. Aquí ya no es que estemos sólo en otro barrio, es que estamos en otro mundo con otra forma de vida. La gran mayoría de personas que caminan por las calles tienen rasgos orientales y todos los carteles están en chino y algunos pocos también en inglés.
Continuamos hacia el sur de la isla, hacia el Distrito Financiero, llamado también Lower Manhattan, y empezamos por el World Trade Center. Desde el edificio de American Express pasamos al Winter Garden (Jardín de invierno) un edificio de acero y cristal, con el techo redondo.

Winter Garden (Jardín de Invierno), Nueva York
 
 El interior está climatizado con las condiciones que necesitan las muchas palmeras traídas de Florida que han sido plantadas aquí. Este recinto sirve de unión entre varios edificios a la vez que lugar de relajación para los ejecutivos que trabajan en ellos así como de centro comercial, con sus tiendas y cafeterías. También tiene un escenario donde en ocasiones se celebran conciertos o representaciones. El Jardín de Invierno quedó seriamente dañado durante la tragedia del 11 de septiembre de 2001 y, tras el desastre, se recuperó rápidamente en el tiempo récord de tres meses. Lo que no ha podido recuperarse todavía es la enorme herida que dejaron en el suelo las torres gemelas. Actualmente está en construcción el primero de los cinco edificios que ocuparán este espacio, según el proyecto “Jardines del Mundo” del arquitecto norteamericano Daniel Libeskind, que se espera quede concluído en 2013.
Desde lo alto de las escaleras que hay en uno de los lados del Winter Garden, tenemos una buena vista de la Zona Cero.

Zona Cero, World Trade Center, Nueva York

A continuación salimos al exterior, frente al río Hudson, y un soplo de aire fresco mientras contemplamos al otro lado los rascacielos de Nueva Jersey relaja la tensión y la tristeza que hemos sentido unos minutos antes.
Desde aquí vemos el embarcadero de Battery Park, de donde salen los ferrys que van a Liberty Island (Isla de la Libertad) y a Ellis Island (Isla de Ellis). Nos dirigimos hacia allí para coger uno y visitar la famosa estatua pero es tanta la cantidad de gente que hace cola con la misma intención que nosotros, que necesitaríamos varias horas de espera hasta conseguir nuestro propósito y, dado que aún nos quedan más días de estancia en Nueva York, decidimos dejarlo para otro día temprano, cuando la espera sea mucho más corta.

The Sphere, Nueva York

En Battery Park han instalado la escultura “The Sphere” (La Esfera), que durante treinta años estuvo en la plaza central del World Trade Central y que simboliza la paz mundial a través del comercio. La escultura resultó bastante dañada durante la tragedia, pero se mantuvo en pie. Ahora se ha convertido en un monumento de recuerdo a las víctimas y, junto a ella, se instaló una llama eterna un año después, el 11 de septiembre de 2002.

The Bull, Nueva York

Muy cerca de allí, pasamos frente a Custom House (la Casa de la Aduana), hoy Museo Nacional de los Indios Americanos y, a pocos pasos, decenas de personas se arremolinan alrededor del Wall Street Bull (el Toro de Wall Street, también llamado Charging Bull o el Toro de Bowling Green). Realizado por el escultor italiano Arturo Di Modica, simboliza la agresividad financiera y y la prosperidad en los negocios y en la Bolsa. Aunque lo intento desde varios ángulos, es imposible tomarle una fotografía en la que aparezca solo.
Caminamos hacia Wall Street, corazón financiero por excelencia, donde nos detenemos unos minutos frente al edificio de la Bolsa de Nueva York.

Bolsa de Nueva York en Wall Street

Aquí termina este recorrido que nos ha permitido conocer, aunque superficialmente, sin cansarnos las distintas zonas de la isla de Manhattan.
El autobús nos deja en Times Square y, aunque se ha hecho bastante tarde para comer, no es difícil encontrar locales abiertos donde tomar algo. Entramos en una pizzería de la cadena Sbarro y a continuación vamos al hotel para una siestecita, ya que nos espera una tarde-noche con más actividades interesantes.

New York, New York

Cuando llegamos a Nueva York ya es de noche. Desde la distancia vemos la silueta iluminada de la isla de Manhattan tras las negras aguas del río Hudson, una bonita estampa.
El autobús nos lleva hasta el mismo hotel en el que descansamos la primera noche, el Marriott East Side y, tras repartir las habitaciones y dejar el equipaje, nos desligamos del grupo para, al fin ya solos y libres, caminar hasta Times Square ansiosos por descubrir la ciudad que durante tiempo ha estado en la lista de los lugares que deseábamos visitar.
Por la calle 49 atravesamos Park Avenue y Madison Avenue hasta llegar a la ¡Quinta Avenida! Aún no creemos que la estemos pisando pero aquí estamos. Tiempo tendremos los próximos días de recorrerla. Ahora queremos llegar hasta el restaurante seleccionado para cenar, en pleno Times Square. Entre la Quinta y la Sexta pasamos por el Rockefeller Center. Son 19 los edificios que lo componen, pero las luces nos llevan hasta su corazón, en Rockefeller Plaza, donde todavía está abierta la pista de patinaje sobre hielo que instalaron en invierno. Pronto la sustituirán por un restaurante al aire libre, pero por ahora todavía pueden disfrutarla los patinadores. Es viernes por la noche y hace una temperatura muy agradable. La plaza está muy animada. En uno de los lados llama la atención la estatua dorada e iluminada del titán Prometeo, que regala el fuego a la humanidad, junto a una fuente. La estatua data de 1933, pesa ocho toneladas y mide seis metros.
Detrás de la estatua, entre ésta y el edificio principal y más alto del complejo, donde se encuentra el mirador TOR (Top of the Rock), y que visitaremos más adelante junto al grupo, instalan el famosísimo árbol de Navidad. Junto a la plaza podemos ver los Channel Gardens, preciosos jardines de flores, plantas y esculturas vegetales.
Muy cerca de aquí y camino de Times Square, pasamos frente al también conocido Radio City Music Hall (1260 de la Sexta Avenida entre las calles 50 y 51). Es el teatro más importante de Estados Unidos, con capacidad para casi 6.000 personas, y uno de los más conocidos del mundo, inaugurado en 1932.
Al acercarnos a la Séptima Avenida el resplandor del neón guía nuestros pasos hasta el cruce con Brodway street. Al fin estamos en Times Square. Es increíble la concentración de anuncios luminosos que hay aquí así como la cantidad de gente que llena la plaza. Nos asombran imposibles limusinas a cual más larga. La plaza entera es un espectáculo que merece la pena contemplar.
Buscamos el original restaurante en el que vamos a cenar, el Bubba Gamp, inspirado en la película de Forrest Gamp. Hay gente esperando para cenar y nos ponemos en lista de espera. Como nos dicen que aún tardaremos una media hora, hacemos tiempo dando un paseo. Más tarde volvemos y nos llaman enseguida. El lugar es peculiar, con suelos, paredes y techo de madera, del que cuelgan bombillitas. En cada mesa hay unos carteles en forma de placas de matrícula. El azul, con el mensaje “Run, Forrest, run” es para indicar que no necesitamos nada. El rojo, con el mensaje “Stop, Forrest, stop” es para indicar que necesitamos que venga un camarero. Nos atiende una chiquita muy simpática con rasgos orientales. Tomamos un variado de gambas preparadas de diferentes formas con patatas fritas y unos aritos de cebolla con varias salsas, además de dos super Pepsis (qué difícil es encontrar aquí Coca cola) y pan de ajo.
Tras la cena, paseamos de nuevo hasta el hotel y en la Quinta Avenida, entre las calles 50 y 51, nos detenemos unos instantes frente a Saint Patrick Cathedral (Catedral de San Patricio), cuyas torres puntiagudas y góticas apuntan hacia el cielo oscuro, por encima de los altos y modernos rascacielos que la rodean.

Filadelfia

Llegando a la ciudad vemos unos pocos rascacielos bastante altos que sobresalen del resto de edificios, no son muchos y se concentran en el centro.
El autobús nos lleva directamente al restaurante Fork, en 306 Market Street, un italiano acogedor en el barrio donde vivió Benjamin Franklin, un barrio residencial, de casitas de ladrillo con ventanas blancas. Muy cerca del restaurante, encontramos el pasaje que el inventor recorría desde y hacia su casa. Franklin inventó el pararrayos e introdujo la imprenta en América. Junto al pasaje hay una pequeña oficinita donde nos hacen una demostración práctica de cómo funcionaban las primeras máquinas.
Después nos dirigimos a ver la Campana de la Libertad. Aunque agrietada, es un símbolo muy querido por los estadounidenses.
A continuación, sin bajar del autobús, realizamos una visita panorámica por el centro de la ciudad y antes de poner rumbo a Nueva York pasamos delante del imponente edificio del Museo de Arte cuyas escaleras sube corriendo Rocky Balboa en unas famosas escenas de la película.

Cerezos en flor

Amanece un día en Washington tan despejado y bonito como el de ayer. También va a hacer calor. Ahora sí podemos pasear bajo los cerezos japoneses alrededor de Tidal Basin mientras nos dirigimos al Thomas Jefferson Memorial. Estos árboles son un regalo que hizo Japón a EEUU hace casi cien años en señal de amistad y por las buenas relaciones existentes entre los dos países. Son cientos de cerezos que estos días están en el máximo de su floración, maravillosos, y la gente los disfruta en una fiesta (el Festival Nacional del Cerezo en Flor) que se renueva cada año, y muy especialmente éste que el invierno ha sido tan duro en estas tierras. La brevedad de la floración (unos pocos días) simboliza en la cultura nipona la fugacidad de la vida y son estas flores motivo recurrente en muchas de las manifestaciones artísticas japonesas. Es una delicia recibir este regalo inesperado y fantástico.
Bajo el techo blanco y algodonoso de las ramas caminamos hasta el memorial del presidente Jefferson. Debido a su gusto por el arte italiano, el monumento está inspirado en el Panteón de Roma. En el interior hay una estatua del presidente y, en la pared, grabados algunos de sus discursos.
Desde aquí, detrás del Tidal Basin vemos el obelisco y, tras él, en la lejanía y entre los árboles, al fondo, la fachada semicircular más conocida de la Casa Blanca.
La siguiente visita del día es al Museo Nacional del Aire y del Espacio, que tiene la mayor colección de aviones y naves espaciales del mundo. Es muy curioso y entretenido. Podemos ver desde míticos aeroplanos, como el Espíritu de San Luis, hasta el Bell X-1 Glamorous Glennis, el pequeño avión naranja que pasó por primera vez la barrera del sonido; satélites, misiles, laboratorios espaciales, partes de cohetes; la cabina del enorme globo que dio por primera vez la vuelta al mundo; una reproducción del satélite Sputnik I, que fue el primer satélite artificial puesto en órbita por Rusia en 1957… entre otros muchos objetos interesantes. También documentales y fotografías relacionados con el tema y una sección entera dedicada a los hermanos Wright, conocidos mundialmente por ser pioneros en la historia de la aviación. Para quien quiera tocar la luna, hay disponible para ello un fragmento de piedra que ha sido cortado de una de las rocas de la superficie lunar traídas en la misión del Apolo 17 en 1972. En fin, que para quien se quiera entretener y tenga tiempo, puede pasar aquí tranquilamente varias horas sin aburrirse. Nosotros tenemos que abreviar la visita, ya que hay que llegar a comer a Filadelfia.

Elegante Washington

Ya descansados, nos levantamos en Nueva York con la ilusión de iniciar nuestro viaje por tierras americanas. Después de desayunar partimos hacia Washington y, a la luz del día y desde el autobús, tomamos contacto con la ciudad de los rascacielos y las pequeñas cosas que, aunque familiares a través de las películas, nos hace gracia ver que son reales y no parte de un decorado. Dentro de unos días ya no llamarán nuestra atención pero ahora es mucho lo que nos causa sorpresa: los omnipresentes taxis amarillos, los puestos de flores con variedades de infinitos colores, las cabinas de los camiones, las escaleras de incendios en el exterior de los edificios, los rascacielos, las bocas de agua… etc
Salimos de Manhattan bajo el río Hudson, por el Holland Tunnel, que nos lleva directos a Nueva Jersey. Son tres los estados que vamos a cruzar en los 370 kms que nos separan de Washington: Nueva Jersey, Delaware y Maryland.
Por el camino hacemos una parada en una cafetería de carretera para tomar algo y estirar las piernas. Tenemos un día precioso, de cielo completamente azul, sin una nube y una temperatura muy agradable. En Washington va a hacer calor.

* * *

El sol aprieta cuando llegamos a Washington. Lo primero que llama la atención es el contraste con la esbelta Nueva York, al menos en la parte de la ciudad que nos recibe. Los edificios son bajitos, no se ven rascacielos y vemos muchos parques y árboles a nuestro paso. La gente va vestida como de verano, con manga corta o tirantes, también pantalones cortos y sandalias. Las terrazas están llenas.
La belleza y elegancia de los edificios nos indican que estamos llegando al centro y, de repente, tenemos antes nosotros la famosísima cúpula blanca del Capitolio. Inconfundible, rodeado de un parque muy verde donde los árboles están en plena floración. Se puede visitar por dentro pero en nuestra panorámica esta visita no está contemplada. Tendrá que ser en otra ocasión, porque tampoco vamos a tener tiempo libre. En lo alto de la cúpula destaca la estatua de bronce Freedom (Libertad) que, con sus 6 metros, da al edificio un altura total de 57.
Según los planes de edificabilidad de Washington ningún otro edificio de la ciudad puede superar esta altura.
Donde sí entramos es en la Biblioteca del Congreso. El vestíbulo principal es simplemente maravilloso, decorado con profusión de pinturas y esculturas que hacen mención continua al arte y al conocimiento. Visitamos también la Sala Principal de lectura, silenciosa y sobria. Preciosa. Y es principal porque es la primera, pero como ésta hay más de veinte en el edificio. Mejor dicho, en los edificios. Son varios los edificios que albergan los inmensos fondos de esta Biblioteca y están comunicados entre sí por túneles subterráneos con cintas transportadoras que llevan los libros u otros objetos (videos, revistas… etc) de un edificio a otro.
Después de esta primera toma de contacto con la ciudad, vamos a comer al Hotel Holiday Inn para, a continuación, seguir la visita.
En primer lugar, visitamos el Memorial de Guerra del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, más conocido como el Iwo Jima Memorial. La estatua, realizada en bronce por Felix de Weldon, reproduce la famosa fotografía de Joe Rosenthal “Alzando la bandera en Iwo Jima (Rasing the Flag on Iwo Jima)” en la que cinco marines y un médico alzan la bandera estadounidense en el monte Suribachi durante la batalla de Iwo Jima. La fotografía recibió un premio Pulitzer y es una de las fotografías bélicas más conocidas. Aunque fue tomada durante la Segunda Guerra Mundial, en este Memorial está dedicada al honor y a la memoria de los hombres del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos que han dado la vida por su país desde 1775. En el pedestal, de granito sueco, aparecen grabadas las guerras, junto con su fecha, en que este Cuerpo ha participado. Emocionante.
Desde este punto, en la lejanía, podemos ver alineados tres de los monumentos importantes en esta ciudad y en el país, los tres en blanco: el Capitolio, el obelisco en honor al presidente Washington y el edificio memorial de Lincoln, que más tarde visitaremos.
La siguiente etapa es el Cementerio Nacional de Arlington. Sobrecogedor. Aquí descansan caídos en combate y veteranos de todas las guerras así como sus esposas y algunos hijos. Las lápidas son todas iguales, blancas, pequeñas, sin ornamentos, perfectamente alineadas. El lugar inspira un gran respeto a la vez que una extraña paz.
Ocupa los que fueran terrenos del general Robert E. Lee. En lo alto de una colina todavía está en pie la casa del general, con un porche de robustas columnas de piedra. A sus pies, la tumba del presidente John Fitzgerald Keneddy (1917 – 1963) y de su esposa Jacqueline Bouvier Kennedy (1929 – 1994) acompañados de una llama eterna.
El cementerio está muy bien cuidado. Huele a césped recién cortado y por todas partes el verde de la hierba está salpicado de los distintos colores de las flores. Ser enterrado en Arlington es un honor y un privilegio reservado a los caídos en combate y a algunos otros pocos que cumplen los estrictos requisitos establecidos.
Desde aquí también se ve alzarse como una flecha el Obelisco, velando por el descanso eterno de los héroes y, más allá, la cúpula del Capitolio.
A continuación, visitamos el tercero de los monumentos en fila con los dos anteriores, el Lincoln Memorial, también blanco. Tiene forma de templo griego rodeado de 36 columnas, que representan los 36 estados de la Unión en tiempos de Lincoln. En su interior está la conocidísima estatua de Abraham Lincoln sentado, de 6 metros de altura. En este monumento han tenido lugar muchos discursos importantes, incluyendo el de Martin Luther King “Yo tengo un sueño”.
Delante tenemos la Piscina Reflectante y, más allá, el obelisco de Washington. Los últimos rayos de sol se reflejan en la piedra tiñéndola de dorado, que no consigue disimular los dos tonos de blanco en el mármol. Durante años la construcción del obelisco quedó detenida, reanudándose después pero ya no fue posible encontrar piedra del mismo tono exacto.
Seguidamente visitamos el Memorial a los Veteranos de Vietnam que consta de 3 elementos separados: primero hay una escultura de tres soldados que representan las distintas razas de los hombres que participaron en esta guerra. El segundo elemento es la pared conmemorativa (“The Wall”), el largo muro negro de granito pulido en el que están inscritos en letras doradas los nombres de los más de 58.000 fallecidos o desaparecidos en el combate en orden cronológico de fallecimiento o desaparición. La pared tiene forma de uve, una de las puntas se dirige hacia el memorial de Lincoln y la otra hacia el monumento a Washington.
Por último, un tercer elemento recuerda la participación de las mujeres. Todo el monumento, en conjunto, se encuentra en un parque, en Constitution Gardens, rodeado de árboles. Los visitantes lo recorren en silencio mientras algunas ardillas juegan en las ramas.
De paso hacia el centro de Washington, para ir a cenar, dejamos atrás Tidal Basin, un lago artificial comunicado con el río Potomac, alrededor del cual cientos de cerezos japoneses en flor no pueden estar más preciosos. Tenemos la suerte de llegar en plena floración y lo que vemos desde el autobús no es más que un pequeño aperitivo de lo que podremos disfrutar mañana.
La tarde languidece en la capital americana y el calor de la jornada se suaviza lentamente dejando una agradable temperatura que invita al paseo. Los principales monumentos se van iluminando a medida que la oscuridad gana la partida y cuando llegamos a la Casa Blanca ya es completamente de noche.
La negrura nocturna contrasta con la blancura intensa de la residencia del presidente Obama. Llegamos hasta la entrada principal, su cara menos conocida, en Pennsylvania Avenue. Esta calle está cortada al tráfico en previsión de atentados, pero los peatones podemos acercarnos sin problema hasta la verja. Nos cuenta la guía que en la planta baja hay salones para recepción de invitados, mientras que en la planta superior están las habitaciones de uso exclusivo del presidente y de su familia. Algunas de las ventanas de ese piso están iluminadas. ¿Quién habrá dentro?
Después de esta última visita del día nos vamos a cenar a uno de los restaurantes de Union Station, la estación principal de ferrocarril, hoy reconvertida a espacioso centro comercial. En su inmenso hall se celebra uno de los muchos bailes de celebración tras las elecciones presidenciales.
El día ha sido largo e intenso y, tras la cena, es hora de descansar. Dormimos como los ángeles en el Hotel Washington Four Points by Sheraton.