Cruzando el charco

Volamos hacia Nueva York con Air Europa y con un grupo organizado. La seguridad en el aeropuerto de Barajas es exhaustiva. Además del control de salida normal, pasamos otro justo antes de entrar en la sala de embarque donde nos cachean y miran el contenido de nuestros bolsos de mano. También revisan el pasaporte y, al ver nuestros visados de noviembre en Turquía nos preguntan sobre el motivo del viaje, dónde nos alojamos allí y algunas otras cosas.
Una vez en el avión tenemos que rellenar dos cuestionarios, uno individual de inmigración y otro familiar de aduana. Parte del de inmigración lo entregaremos a la llegada y la otra parte la coserán a nuestro pasaporte, quedándosela a la salida.
El vuelo de ocho horas transcurre tranquilo, aunque un poco pesado, y sin ningún contratiempo aterrizamos en el aeropuerto JFK de Nueva York donde todavía tenemos que pasar un nuevo registro de entrada en el que, uno por uno, nos toman fotografía y las huellas dactilares. Finalmente podemos coger nuestro equipaje y pisar libremente suelo americano.
El autobús nos recoge junto con el guia que nos va a acompañar durante toda la semana, un simpático mejicano llamado Luis Héctor al que se suma Ana, la supervisora española de Panavisión que nos ha acompañado desde Madrid. Nos llevan a cenar y, seguidamente, al hotel Marriott East Side, en Lexington Avenue.
La habitación está bien pero con bastante ruido debido a que las ventanas no aíslan lo suficiente y los sonidos de los coches y de los aparatos de aire acondicionado llegan con claridad hasta el sexto piso. Es fácil entender por qué dicen de Nueva York que es la ciudad que nunca duerme. Aun así esta noche los ruidos no van a impedir que descansemos, derrengados tras un largo día de 30 horas.