Fuerteventura - día 3

Sábado - tercer día: Costa Calma - Morro Jable - Punta de Jandía - Cofete


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Amanece un día claro, con pocas nubes en el cielo azul intenso. Disfrutamos la mañana de relax en las buenísimas instalaciones del hotel y paseando por la playa, que también es estupenda. Larga, ancha, de arena finísima bien compacta en la orilla para pasear con comodidad. Amplia, limpia, divina.



Hoy vamos a ir a comer a la Cofradía de Pescadores de Morro Jable, y visitar la parte más al sur de la isla. No tardamos mucho en llegar a Morro Jable, que cruzamos sin detenernos, en dirección al puerto, donde está el restaurante.



Poco antes de llegar vemos una desviación a mano derecha que indica hacia Punta de Jandía y Cofete. Después de comer la tomaremos para visitar esos destinos. El puerto es pequeño y enseguida encontramos la Cofradía, es un edificio blanco con ventanas y puertas verdes.



Fuera, junto a él, hay una carpa con mesas, al resguardo del viento. Después de comer volvemos sobre el camino por el que llegamos y muy pronto tomamos la desviación. La carretera desaparece para dar paso a una pista de tierra.



No me gustan estas pistas. Me dan sensación de inseguridad, a pesar de que ésta es bastante más accesible que la que nos llevó a la Playa de Garcey. Es más llana, más ancha, y apenas tiene piedras, pero no deja de ser un camino de cabras. De hecho, vemos algunas a los lados, al pasar.



¿Por qué no asfaltarán estas rutas? Su estado da aspecto de atraso, de dejadez y, al mismo tiempo, entiendo que es la defensa contra la explotación. Mientras permanezcan así estos lugares podrán conservar su estado original, lo que siempre fueron, con su encanto de tierra salvaje y libre. La pista transcurre sinuosa junto a los acantilados que se recortan sobre el mar. A la izquierda, el agua junto al horizonte está siempre presenta mientras nos acercamos a la Punta de Jandía.



A la derecha, montañas erosionadas, el desierto, la soledad más profunda.



Leí que hay algunas calitas entre los acantilados, pero no nos detenemos a buscarlas. Al fondo, sobre el azul del agua, se recorta la silueta de la lengua de tierra, la Punta, que aún parece inalcanzable. A medida que nos acercamos se va haciendo más nítida hasta distinguirse perfectamente.



Pero antes de llegar, nos sorprende El Puertito de la Cruz, un pueblecito de casitas blancas donde se ven también algunas autocaravanas.



Después leo que es zona de vacaciones para gente de la isla. Los vehículos que se ven aparcados ahí son todos 4x4 y se entiende. Eso facilita el trayecto. Y pienso que si vuelvo alguna vez, alquilaremos uno de estos coches para perderle el miedo a las pistas de tierra. También leo después que en este pueblecito hay un par de restaurantes donde destaca la sopa de pescado. Habrá que probarla cuando vengamos en 4x4. Esta vez pasamos de largo y nos conformamos con ver el pueblo desde la "carretera". Siempre hay que dejar algo por visitar para la próxima. El destino es la Punta, el fin de la isla (o el comienzo, según se mire), el faro de la Punta de Jandía.



Aparcamos junto a él y damos un paseo por los alrededores. Hay pocos coches, apenas dos o tres. El mar no deja de susurrarnos pero, acostumbrados a los ruidos urbanos, no entendemos lo que dice. Tal vez habla de piratas y de galeones, o de huracanes y temporales, o de pasiones y soledades. Cualquiera sabe. Todo y nada parece posible aquí.



Volvemos sobre nuestras ruedas. El destino esta vez es la playa de Cofete. Una vez más los kilómetros de regreso se hacen mucho más cortos que los de ida. Mientras desandamos lo andado, todo va bien. Después del cruce que indica el acceso a la playa el camino empieza a complicarse. No por el pavimento, que se mantiene más o menos igual que el que traíamos, pero la pista se estrecha y el desnivel del terreno hace que en la subida de la montaña vayamos bordeándola, dejando a uno de los lados un terraplén. De nuevo estamos en tensión. Definitivamente, no me gustan nada estas pistas, pero no hay opción. Pista, nervios y Cofete, o regresamos y nos quedamos sin verla. Seguimos, claro. Por el momento.
Subimos despacito la montaña hasta llegar a un mirador desde donde se ve la inmensa playa.



Kilómetros y kilómetros de arena fina desde lo alto. Impensable la sensación allá abajo. Sopla con fuerza el viento en el mirador de Cofete, desde el que, además de la playa y las montañas, pueden verse los dos mares, o el mismo mar que acaricia las dos partes de la isla. El mar de los dos lados de la isla se ve desde allí.



¿Bajamos? Por un lado, apetece. Villa Winter, la casa del alemán, con todo su misterio, está abajo. También un pequeño cementerio. Y la arena, y el mar, y la inmensidad de una playa enorme y vacía, y probablemente la sensación de estar solo en un planeta por estrenar. Por otro lado, desde el mirador vemos serpenteante el caminito que bordea la montaña bajando hacia la playa y desde allí aún parece más estrecho, más frágil e inseguro. Decidimos regresar al mundo habitado.

En Morro Jable nos detenemos ahora junto al faro que habíamos visto al pasar, antes de comer.



Está en una zona mucho más turística, de hoteles y apartamentos, junto a la playa del Matorral, declarado sitio de interés científico. Para llegar a la arena hay que pasar por una zona de matorrales, que le dan nombre, y que no se debe pisar. Para ello hay unas pasarelas que llevan hasta la arena.



Por las fotos que he visto esta playa es también grande y divina, pero no llegamos hasta ella, ya que no traemos calzado adecuado. Queda pendiente para otra vez. Nos ha costado bastante cruzar Morro Jable, y es que han cortado la circulación en algunos tramos, preparando el desfile de Carnaval. Es curioso, porque en la península hace días que terminó. A la salida del pueblo, en dirección a Costa Calma, vemos las carrozas iniciando el desfile hacia el centro.








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